
Tenemos unos amigos muy queridos de toda la vida, Guille y María Ester. Sus hijas son muy amigas de la mía; la madre de María Ester cuidó de mi hija hasta los tres años mientras yo iba al trabajo. Hemos participado en muchas cosas juntas. Una de las últimas fue la celebración del cumpleaños de María Ester – mi marido y yo fuimos más tarde, pero nuestra hija estuvo allí junto con los hermanos y sobrinos de mi amiga. Algo que no sabía que iba a suscitar muchas preguntas en nosotros en los días siguientes cuando casi toda la familia de ella comenzó a enfermarse… algunos de gravedad. ¿Nos habríamos contagiado? Yo para entonces ya me encontraba mal, pero nunca desarrollé síntomas graves y mi hija y mi marido estan bien, por lo cual que nos sentimos muy agradecidos.
Pero las noticias de la familia Eddy Sánchez iban de mal en peor. Alrededor del mundo, sus familiares, amigos y conocidos empezamos a orar a Dios por su sanidad. Varios miembros de la familia van a compartir su historia aquí. Gracias a Dios, todos están ya recuperados y en casa.
María Ester nos cuenta cómo vivió estas últimas semanas.
«Déjame acurrucarme en Tu costado,
experto en dormir en las tormentas.
Que Tu aliento calme mis angustias
y silencie tantas preguntas.
Déjame esconderme bajo Tu manto
que tengo miedo, mi Amado».
En cuestión de días el confinamiento nacional se quedó en «peccata minuta» comparado con la tormenta personal que se desencadenó. Primero mi esposo; a los pocos días yo empecé a presentar los síntomas. Al mismo tiempo, dos de mis hermanos, mis cuñadas, dos sobrinos, mi madre, dos de mis hijas y mi yerno… acabando ingresados por el virus mi madre, mis dos hermanos y una de mis cuñadas, y el resto en aislamiento pasando la enfermedad con temor por la vida de los que estaban en los hospitales y clamando a Dios con las pocas fuerzas que el Covid-19 me había dejado.

De esta foto, todos menos dos, David y Pilar, pasaron por el virus.
«Dios estaba cerca. Su paz ha sido más fuerte que los miedos y las pocas respuestas».
Pasó todo muy rápido. Sin tener tiempo suficiente para tomar decisiones sopesadas. Cada llamada de un número desconocido me aceleraba el ritmo cardiaco temiendo que fuese portador de peores noticias aún. Las otras muchas llamadas, mensajes y muestras de cariño me han sustentado como maná en medio del desierto. Y sobre todo Su Palabra. Ella ha sido mi ancla cuando mi barca hacía aguas y sólo aferrada a Su promesa he conseguido no hundirme día tras día. Esa promesa que leí antes de que empezase todo y no quise creer que fuese a ser tan necesaria:
«Con él estaré Yo en la angustia. Me invocará y yo le responderé, le saciaré de larga vida y le mostraré mi salvación».
Salmo 91:15
No imaginé a qué nivel de angustia iba a llegar, pero Dios ha estado cerca cada segundo. Tampoco creí que el proceso de recuperación fuese tan largo, pero Dios me ha seguido sosteniendo.
Agradecida, abrumada y al mismo tiempo confusa, estoy viviendo ahora el resto del estado de alarma. Toda mi familia estamos recuperados por la gracia de Dios, gracia inmerecida que nos ha sustentado y que no termino de entender… nos sabemos tan merecedores de morir como tantos otros amigos que están muriendo en este momento y, sin embargo, en Su incomprensible soberanía aquí seguimos, dependiendo de Su Palabra a diario, porque esta guerra aún no se ha ganado.
María Ester Sánchez Núñez